La imprescindible banda de San Francisco anuncia un mastodóntico disco tributo con 53 canciones para el 10 de septiembre -The Metallica Blacklist- versionando el Álbum negro, que en agosto cumple 30 años. Como decía George Harrison en Los Simpsons, “eso ya se ha visto”. En los 90 Kiss y Black Sabbath tuvieron sus propios lanzamientos de homenaje, con artistas que daban cuenta del impacto musical más allá de los círculos del metal, en general alérgicos a otros géneros que no despierten pesimismo, fantasía y oscuridad, con riffs y gritos más grandes que la vida. En esos discos cabían estrellas country como Garth Brooks, presente en Kiss my ass (1994), y raperos como Busta Rhymes en Nativity in black (2000).
El actual mundo del pop es un ecosistema mucho más globalizado y democrático, donde la torta de la fama y del público se reparte con otros estilos y mercados insoslayables, tal como ha sucedido con la música urbana timbrada en América Latina y su éxito global. Es también una era agreste para la guitarra -el instrumento símbolo del rock-, con el formato banda prácticamente erradicado de los gustos juveniles. Una época muy distinta a los días en que Metallica ganó el corazón de millones de adolescentes a mediados de los 80 en una gesta sin el favor de radios ni televisión, un fenómeno de aldea global habitada por fans que tenían por principio intercambiar música a distancias trasatlánticas.
Metallica triunfó contra los intereses de la industria convirtiendo al heavy metal en un asunto de categoría para las masas, precisamente con el Álbum negro en 1991. Luego se lanzó a girar por el mundo incansablemente convirtiendo la ruta en su hogar, encariñando audiencias cada vez más grandes. No es necesario que te guste el heavy metal para que te guste Metallica.
30 años después pueden convocar artistas desde las esquinas más diversas del pop, el indie, el punk y la electrónica, entre otros géneros, con artistas de diversos países como lo hacen en este disco tributo, a la par de cruzar la barrera idiomática con un número importante de estrellas latinas, incluyendo el orgullo nacional insoslayable de considerar a Mon Laferte versionando Nothing else matters.
La excusa es perfecta: The Black Album, el registro donde por fin encontraron la manera de dar cabida a todo su sonido con enganche y síntesis en la composición, conquistando al planeta bajo una enigmática carátula negra. Master of Puppets (1986) es la obra maestra del thrash metal, pero los singles del Black album se bailaban en fiestas. De Iron Maiden, sus principales rivales en el título de la banda más grande del heavy metal en los últimos 40 años, no se puede decir lo mismo.
The Metallica Blacklist apenas incluye artistas de metal como Ghost, Volbeat y Corey Taylor, prescindiendo de su genealogía más obvia y como una manera de subrayar su trascendencia. Los memes celebran y lamentan la presencia de J Balvin, Juanes, Ha*Ash, entre otros. Pero en ese listado no solo hay un management con el mismo principio de The Rolling Stones compartiendo escenario con Lady Gaga o Justin Timberlake, sino la confirmación de la estatura de Metallica como una de las bandas más grandes e influyentes de la historia.
Probablemente la música popular nunca se experimentó tan pesada y oscura como hace 30 años con clásicos como Enter sandman, Sad but true y The Unforgiven. Ahora vienen los ecos de esas canciones y las restantes de aquel disco multiplatino en este homenaje, en una especie de canto universal que responde a la influencia de Metallica, el saludo y la reverencia merecida para los reyes del heavy metal.
FUENTE: Marcelo Contreras en La Tercera
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