Desde imágenes cortadas de una ciudad, somos seguidos por el sonido de un televisor, hasta que llegamos a una habitación sobrecargada de objetos, de espalda desnuda la primera toma del sujeto sobre el que se nos va narrar durante la siguiente hora, es por las manos que sujetan el control de una consola de juegos. Los comerciales son reemplazados por el bom y el bam de una pequeña nave que dispara unos misiles. Pantalla quieta al rostro, ojos cristalinos petrificados en la misión, una barba con la tilde en el bigote, todo lo demás está difuminado. La siguiente secuencia son las manos que apretaban los botones de la consola sujetando un cuchillo, cortando en trazos seguros una papa sobre una tabla, posterior la espalda cubierta por una camisa negra, de pie el hombre lanza los vegetales al sartén, nuevamente la mirada perdida, una pañoleta cubre la cabeza. La grasa de la comida se va disolviendo en un papel de descarga. Las botas de cuero recorren un departamento cubierto de cosas, un pasillo, unas gradas, el sonido de ambiente es reemplazado por la sintonía de una radio: Loveline está destinado a un público adulto, Loveline puede contener temáticas sexuales, los contenidos no son aptos para todo público. Loveline empieza ahora.
La secuencia, de un minuto y treinta segundos aproximadamente de audiovisual, sirve para presentar a “Lemmy” Kilmister, el fundador, bajista y vocalista principal de la banda de heavy metal Motörhead, esa especie de ángel alcoholizado que al ritmo de su bajo Rickenbacker le cantaba a la furia de sobrevivir en un mundo que cada vez parece más inútil. El documental Lemmy: 49% hijo de puta. 51% hijo de puta es un retrato de la sobriedad de un cotidiano que con mucha incomodidad trata de establecer un orden en la vida de un hombre construido con la materia de la rebeldía y el caos.
Lemmy fue dirigida y producida por Greg Olliver y Wes Orshoski y se puede ver de forma gratuita en la plataforma YouTube. El ojo quirúrgico de los creadores para apuntar la cámara y extender el hilo del relato de los sucesos hace del documental un testimonio estético y humano que debería ser obligatorio para la formación humana.
El camino narrativo no es el de las grandes historias, que por el tamaño y la mística del protagonista podía ser una salida garantizada. Al contrario, parece que la gran batalla es la de sobrevivir al tedio después de haberlo visto todo. Es un acercamiento a lo que está detrás de la armadura negra de la fuerza de la estrella de rock, para encontrarnos con la fibra más telúrica de humanidad, donde la principal voz ya no es la de la hazaña, sino la de la gratitud de los compañeros de vida. En ese punto, el documental se convierte en una muestra de cómo vivir es una voluntad por el arte de amar el tiempo con los demás.
Lemmy Kilmister, sin lugar a dudas, ocupa un lugar privilegiado en la lista de los grandes íconos del rock, es el representante de la dureza, de la fuerza y en toda su trayectoria un emblema del metal. Su voz tiene la afinación feroz del motor de una motocicleta que se alimenta de sorbos continuos de whisky Jack Daniels acompañado siempre por el vértigo de la velocidad de los riffs de su música.
La semblanza de vida del documental expone tres facetas del individuo, el de la pasión por la música, el de la concepción de sobrevivencia de un hombre solitario que convive con el mundo desde el esfuerzo por contener su caos en su arte, pero también la delicadeza del cuidado por mantener las manías. El éxito demoledor que viene acompañado de grandes dosis de autodestrucción y placer, por lo general, termina abatiendo toda sensibilidad por lo simple, algo que en el protagonista del documental no queda, al contrario, el enfoque de Lemmy sobre su rutina es determinante, casi como un samurái defiende el arte por el cuidado de lo simple.
Una seguidilla de astros del rock acompaña las declaraciones sobre la experiencia de convivir con la leyenda, mientras en paralelo se puede ver a un Lemmy visitando tiendas de antigüedades mientras se explaya hablando sobre su fanatismo a la Segunda Guerra Mundial y a la historia militar. Lemmy, en una entrevista de radio ante la pregunta sobre sus influencias, cuenta el impacto de The Beatles en él. La primera vez que los vio en el Cavern Club, cuando ni siquiera todavía tenían un disco grabado. Posteriormente a la declaración, se puede ver a Lemmy recorriendo unas calles hasta llegar a una tienda de discos, se desplaza entre los escaparates y llega a la vitrina donde está la caja negra de la discografía de The Beatles, la levanta, la observa y la calcula en peso, mientras la cámara mantiene una toma descuidada, casi improvisada, se acerca a la recepción y pregunta si tienen la misma en mono, la respuesta es negativa. Lemmy vuelve a explorar en las repisas y el mismo chico que lo atendió se le acerca y le dice que le consiguió una; la caja es blanca y es la que contiene las grabaciones en formato monofónico remasterizadas de The Beatles.
“Todo el mundo dice que los Stones son duros y lo Beatles unas niñas, pero es al revés. Los Beatles eran de Liverpool y los Stones del Londres más pijo, Los Stones iban a la escuela de arte y todo el rollo. Fueron a morirse de hambre a Londres, pero por elección, para darse una especie de aura irreverente”.
El documental de Lemmy es una experiencia que consterna que nos enfrenta a una identidad en la que a pesar de las distancias nos vemos muy compartidos, la exposición de los miedos, las ternuras y el testimonio de vida dejan la definitiva frase de la historia, el arte va cambiar el mundo, porque comienza revolucionándonos.
-Sí tu vida fuera una película, ¿cómo te gustaría que acabara?
-Debería terminar con rayos y truenos, mientras yo desaparezco de la cima de una montaña, dejando atrás solo una placa que dice: “Los he engañado, de nuevo”.
FUENTE: Iván Gutiérrez, OPINIÓN